A Rubén Rámila, que me aconsejó, como ejercicio, intentar escribir sin adjetivos:
No me vale tu música de encantar elefantes,
puestos a conjurar la madrugada.
Penélope en la noche con nostalgia de pinos,
añorando los pasos de un camino de infancia.
Solo una tienda
de campaña en el río,
el molinillo
de café de mi madre
y las canciones
de la gente en las plazas.