No sé si fue en otoño, pero recuerdo cómo, no hace muchos años, un amigo del alma me descubrió a Loreena McKennitt. Su música fue uno de los regalos más preciosos que he recibido en la vida.
Seleccionar una sola canción de Loreena sería comparable a pretender elegir una sola flor o una única puesta de sol de entre todas las maravillas existentes.
Sospecho que, tras una larga desconexión prudencial por mi parte, esta tejedora de sueños me va a acompañar también en este otoño que comienza.
(Dejaremos a Luar Na Lubre para otra estación del año o del alma).
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