Al nacer, su hada madrina le regaló unas gafas de escritora. Pero eran gafas de tamaño adulto, así que tuvo que meterlas en el segundo cajón del mueble del comedor, bien guardaditas en su estuche. A veces le pedía a su mamá que se las enseñara, igual que le enseñaba, cuando estaba de buen humor, su faldón del bautizo o los pendientes que le había regalado su tía Carolina para cuando fuera mayor. A través de los cristales se veían arcos iris, cigüeñas en pleno vuelo a París y molinos de viento… ¡Era maravilloso!
Pasaron los años y al fin se hizo mayor, más despacio y a la vez más deprisa de lo que hubiera deseado. Se casó con un príncipe azul de ciudad y ese día lució los pendientes de oro de su tía Carolina. Tuvo hijos, que le trajeron las cigüeñas en un vuelo directo de París, sin escalas. Y un día, en el segundo cajón del mueble del comedor, encontró aquellas gafas de escritora, su don de nacimiento, el más precioso, el que era solo suyo por derecho de madrinazgo de las hadas.
Ahora sabe que los molinos de viento pueden volver a ser gigantes, que las palabras son mágicas y pueden conjurar el aroma del algodón de azúcar y de los churros de la feria, el sabor del helado de mantecado de su infancia, el reflejo del sol que se vuelve arco iris en una de esas lágrimas del mundo llamadas gotas de rocío, el tacto de la rosa y de cada uno de los granos de arena blanca o negra de las playas isleñas, el canturreo del mar con su nana tranquila… Mas las gafas venían sin instrucciones, y ella debe aprender a utilizarlas por ensayo y error y preguntando a los grandes maestros, con toda la fuerza de su corazón apasionado. ¡Pero es tan grande el páramo del mundo imaginario que ante sus ojos se despliega… ! Y le parecen tan débiles sus herramientas, que tiene miedo.
Su madrina no le dijo que las instrucciones son jugar y dejarse llevar, pues tales consignas están inscritas en el corazón de cualquier niño.
Una historia muy bonita, Mir.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, gentil lectora :-)
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