Tras haber fichado en el identificador molecular, la pequeña Dox se dirigió a la zona de embarque. Era su primer día de trabajo, y quería hacerlo bien. Su transporte, un nanodiamante perfecto, ya la estaba esperando. Se abrazó a él según establecía el protocolo y dejó que sus «alas» —así llamaba el Instructor a los enlaces— encajaran en los huecos diseñados al efecto. Le sobrevino entonces una sensación de frío que al instante, en cuanto el vínculo se hubo establecido, se transformó en la gozosa intimidad de la fusión de ambas entidades en un todo gestáltico, mayor que la suma de sus partes.
Ninguna de las charlas la había preparado para aquella especie de éxtasis. El cristal era hermoso, diáfano, y constituía una extensión de su propio ser que multiplicaba su eficacia. Podía llegar más lejos, más rápido, y actuar durante más tiempo. Englobada en él, se dejó llevar a velocidad de crucero por el torrente sanguíneo del paciente hasta la zona afectada. Además, el pequeño diamante actuaba como escudo y armadura que impedía que la «espada de fuego» —así la llamaban en el curso de formación— causara más daño del estrictamente necesario.
Y de ese modo pasó la jornada: segando en aquel campo de células malignas hasta que ya no pudo más. La molécula que era Dox había agotado su potencial curativo y ahora se desvanecía lentamente en su caparazón diamantino. Su última visión antes de la negrura fueron el rostro aureolado de luz y las alas de plata del Instructor, a quien acompañaba uno de sus iguales:
—¡Cómo cambian los tiempos, Rafa! —comentó el Instructor mientras dejaba que la luz de su ser inmortal inundara de vida a su maltrecha discípula.
—¡Y que lo digas, Míguel, compañero! Como esto de la miniaturización siga así, al final acabaremos siendo partículas subatómicas. Pero el que manda, manda…
—¡Quién como Dios! ¡Sea por siempre alabado! —exclamó el primero—. Anda, vete a llevarle el parte a Gabi, que enseguida termino de reanimar a esta criatura.
Genial, querida Mir. Sencillamente genial.
ResponderEliminarFelicidades.
¡Hombre, gracias, Tali! De hecho, es un ralato un poco extraño.
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