A lo largo de su vida había recogido tantas palabras que ya no le cabían todas en el hatillo. Así pues, aquella mañana gris, dejó de caminar, soltó el bulto de su palo y lo depositó amorosamente en el suelo de losas de la plaza, con el nudo hacia arriba, como un saquito. Lo desató, metió los pies en él y se quedó ahí plantado, con los brazos abiertos en uve. Dejó a la nieve acariciarlo con sus copos, a la lluvia regarlo con sus lágrimas, al sol cantarle su canción ambarina... Ahora, cuando el viento pulsa sus hojas cual arpista encantado, resuena el eco de las palabras que otrora recogió por los caminos del mundo.
Nota: tomo prestado el título «El árbol de las palabras» de La ladrona de libros, la magnífica novela de Markus Zusak.
Es precioso, Mir!
ResponderEliminarHace tan sólo unos minutos, soñaba con estar bajo la flor del manzano.
Se cumplió mi sueño.
Gracias.
"Recuerdo tus palabaras, y recuerdo
ResponderEliminarlas flores del manzano
en tu jardín, reunidas una tarde
de finales de mayo"...
Escribí sobre una amiga, cuando tenía 18 o 19 años. No sé cómo seguía, o si seguía (estará en la vieja carpeta de los poemas, donde no hay índices ni otra cosa salvo papelitos sin orden ni concierto). Son preciosas las flores de los frutales, un milagro.
Gracias a ti, por leerlo.