En los momentos más sombríos, me asalta a veces la sensación de que no hay un lugar para mí, ni en el mundo físico ni en el virtual. Como para desmentir tal percepción, por lo demás completamente subjetiva, me encuentro en ocasiones con escritores, a quienes en justicia he de llamar amigos, que me han hecho un hueco, un rinconcillo donde descansar de la hostil intemperie, en sus mundos de letras, algunos de los cuales he tenido el honor y el privilegio de acunar en mi regazo antes de que vieran la luz. Mary-Luz Castro, en sus Cartas desde la azotea; Santiago Gallego, en sus Seis piezas de LIJ; algunos otros cuyas obras aguardan pacientemente a ser publicadas… El último de estos regalos que me ha llegado me lo ha hecho J. E. Álamo en su novela Penitencia. Cierto que lleva ya un tiempo publicada, y que una hadita buena me había adelantado en su momento estas líneas entrañables, pero no es lo mismo verlas impresas, ¿verdad?. Un poco sonrojada, las transcribo aquí del ejemplar que ha anidado hace poco en mi casa bajo las estrellas:
«A Mª Isabel Redondo porque en su día, tras leer la primera versión de Penitencia, me dijo que yo era capaz de hacerlo mucho mejor. Lo he intentado, Isabel, y si no lo he conseguido, no ha sido culpa tuya».
¡Gracias, Joe!
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Recibirás más regalos, querida Mir.
ResponderEliminarUn placer, Mir. Y el mérito es todo tuyo.
ResponderEliminarNo hablemos de méritos :-)
ResponderEliminarSigue escribiendo y dale una palmada en la espalda a Tom de mi parte. Un abrazo sería excesivo, je, je.