—No hay excepciones; las normas son las mismas para todos —insistió el sobrecargo con amabilidad pese a su evidente fatiga.
Sylvia miró la báscula, cuya pantalla mostraba el icono de exceso de equipaje. Sobraban exactamente ochocientos cincuenta y siete gramos.
Solo dudó un momento. Depositó el reloj y los pendientes en la bandeja metálica, se descalzó y acto seguido se despojó de toda su ropa —el sobrecargo bajó la vista avergonzado—. Cuando volvió a mirar, el icono había desaparecido de la pantalla.
Desnuda por completo, recogió su arpa celta y subió por la rampa llevándola en los brazos como si fuera un bebé.
A bordo de la nave, un joven llamado Karlos le regaló una de sus tres camisetas heavy, que a ella le llegaba hasta las rodillas.
—Mi guitarra pesaba un poco menos —le explicó sonriendo.
Me ha encantado, Mir. Incluso el título.
ResponderEliminarFelicidades por estas dos publicaciones.
Gracias, Tali. Me alegra que te hayan gustado. Y me alegra también compartir revista contigo, por segunda vez consecutiva. Enhorabuena a ti también.
ResponderEliminarEl micro, seguramente mejorable, está basado en una idea para un relato más extenso, que nunca llegué a escribir.
Por cierto, creo que en algún momento hubo por ahí una teoría acerca del peso del alma.
Desde mi modesta opinión, el micro es perfecto, para enmarcarlo.
EliminarMe encantaría saber más sobre esa teoría.
A mi también me alegra muchísimo compartir revista contigo, Mir.
Un abrazo.
Oiga, le he dejado un "Liebster Blog Award" en mi blog, un abrazo. Me ha encantado el micro, aún estoy sonriendo.
ResponderEliminarPor cierto gracias por tu comentario.
¿Y eso del "Liebster Blog Award" qué es?, ¿algo de comer? :-)
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Ah, vaaale. Pues mil gracias, Rubén. En cuanto pueda escribo una entrada en este rinconcito.
Otro abrazo para ti, y encantada de leerte siempre.