Hoy mi despacho huele a zapatos nuevos. Los viejos mocasines negros a los que sustituyen cayeron en acción después de varios años de intachable servicio. ¡Cuántos pasos, uno detrás del otro, construyendo la vida! Camino del trabajo, del supermercado o de la casa; aliados fieles en mis desplazamientos surrealistas por estaciones y calles desconocidas; compañeros seguros, benditamente cómodos, de paseos por lugares entrañables del alma, esos que me vinculan, como escenarios en la realidad o en el recuerdo, a mis más queridos.
Ya no verán mis viejos camaradas otra noche de Reyes. No serán receptáculo de regalos envueltos en papel de colores ni de reminiscencias de ilusiones de niña.
Y, pues no existe cementerio para los excombatientes de tal clase, terminarán sus días en algún vertedero anónimo, preguntándose acaso si habrá un cielo para los zapatos, como Juan Ramón Jiménez lo deseaba para los pájaros. Un ámbito donde todos puedan jugar a pillar corriendo sobre nubes mullidas de colores.
Un homenaje precioso a esos compañeros de andaduras.
ResponderEliminarUn beso.
Pero, a ver, ¿a tí cuánto te duran unos mocasines, Chabela?
ResponderEliminarDepende, Ra. Estos han durado bastante. De haber tenido un cuentakilómetros de serie, el chisme marcaría una cifra razonablemente alta. Además, aparte de la realidad científica está también la emocional.
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