«Ponme junto a tu corazón como un talismán», le escribí al amado de mi alma en un rapto de inspiración.
Pero él, que, como buen alquimista, es dueño de un espíritu tan práctico como poco poético, lo tomó en su sentido literal y me encerró, tras el conveniente proceso de reducción, en una bola de cristal de nieve, que colgó de su cuello de una cadenita de oro.
—¿Quieres que nieve? —me pregunta todos los días.
—Sí, quiero —le contesto yo.
A veces nievan sobre mí pétalos de flores de almendro o membrillero. Así me acaricia. Pero lo habitual es que mi dulce amor haga caer sencillamente nieve, que no deja de ser, bajo otra forma, agua, uno de sus queridos Cuatro Elementos. Yo estoy a punto de morir de frío de no ser por la pequeña hoguera que arde sin consumirse en el centro de mi hogar-prisión: fuego. El tercer elemento es el aire: un aire de montaña en eterna quietud silenciosa que llena este orbe esférico donde no existe el tiempo.
El cuarto elemento soy yo, pues mi bienamado se tomó la libertad de sustituir la tierra por la vida.
Como no existe el tiempo, tampoco existe la añoranza. Ni el hambre, ni la sed… Sé bien que ningún daño puede sobrevenirme aquí, junto al suave latido del corazón de aquel por quien bebo los vientos.
—Serás joven por siempre; amada por toda la eternidad —me repite una y otra vez en su lengua arcana, que solo ahora estoy empezando a comprender, mientras, como quien saca agua de un pozo, extrae de mí y de mi entorno la energía para convertir el plomo en oro.
Felicidades!!
ResponderEliminarGracias, Tali. Hale, vete pensando tú uno para el próximo número: "Fobias".
Eliminar¡Me encanta, Chabela!
ResponderEliminar¡Gracias, Ra! Lo escribí hace ya tiempo. Está inspirado en muchas cosas, entre ellas algunas de un grupo entrañable que conoces bien.
EliminarUn gran abrazo.