Nuestro hombre abre el PowerPoint y construye un castillo de colores con formas geométricas simples. Es que de niño no tuvo un juego de arquitectura de esos con piezas de madera. Cambia de aplicación y escribe un texto, que después pegará al pie de su fantástica construcción para, más tarde, maquetarlo todo con mimo. La felicitación de cumpleaños de su hijo. Selma ha prometido pasar por la juguetería para comprarle el regalo. Pero él no lo verá hasta la noche. No podrá envolverlo en su abrazo hasta que el chico esté ya medio dormido. Y canta. Canta dentro de su cabeza, porque no puede hacerlo en la oficina. ¿Por qué se le habrá olvidado cómo se hacen las canciones? Él sabe que en el parque cercano hay un árbol cuyo tronco está hueco. Sabe que en ese hueco anidan todas las canciones que aún no pudo, que aún no supo escribir. Porque se hizo mayor antes de tiempo, y había que pagar la hipoteca y los plazos del televisor… Y ahora su hijo le reclama con sus manitas suaves todo aquello que no se compra con dinero. «Cuando salga de este cubículo de gallina ponedora, me pasaré por el parque donde jugué de crío, hace tan poco tiempo, y te traeré una copla que hable de globos de colores y mundos en las nubes. A lo mejor también me encuentro allí conmigo y, por una vez, vuelvo entero a casa».
Un cuento precioso. Muy real.
ResponderEliminarNo deberíamos perder nunca nuestro retazo de infancia.
Me ha encantado, Mir.
Un abrazo.
Gracias. Me alegra que te guste.
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