Sentada sobre la línea tricolor del horizonte, que hoy estaba tan ancha y mullida como un sofá, la Luna Llena vigilaba al autocar. A bordo de él viajaba la Niña de la Trenza Larga. Bueno, ahora ya no era una niña, tenía casi cuarenta y cinco años, pero la Luna la había conocido de pequeña, cuando una noche de verano, la mamá se la enseñó, toda roja, desde la cama grande de su habitación y le cantó aquello de:
Cuando la luna sale,
sale de noche,
un amante la aguarda
en cada porche.
Y la abuela, mientras intentaba enseñarle a coser, le cantaba también sobre la Luna:
Luna lunera,
cascabelera,
de ojos azules
y cara morena.
Desde entonces, la Luna había sido su compañera de viaje. La niña la buscaba por su ventanilla del coche cuando volvían de alguna excursión familiar. Y siempre que podía, la Luna estaba ahí, sobre los campos y sobre los montes. No temía a las heladas de enero ni a las noches de calor sofocante de agosto.
Dicen que quien mira mucho a la Luna se vuelve un poquito «lunático», así que a la Niña de la Trenza Larga se le llenaron los ojos de luz y comenzó a soñar. Aprendió a dibujar y a inventarse canciones, y en los recreos jugaba al corro con palabras y números de colores. En su trenza se columpiaba de vez en cuando alguna estrella chiquitina.
Pero creció y estudió mucho y se hizo maestra y escribió algunos cuentos y cantó en un par de coros. Y siguió buscando a su amiga la Luna desde las ventanas de sus distintas casas de mayor.
Sin embargo, los días eran tan aburridos, tan grises, todos iguales unos a otros, que se le olvidó jugar y reír y cantar con palabras de colores. Solo tejía copos de nieve con ovillos de lágrimas.
Y hoy, mientras iba sentada en el autocar, se acordó de aquel torero sobre el que también cantaba mamá, que un día le pidió ayuda a la Luna porque le daba miedo el toro. Y decidió inventar una canción para pedirle ayuda ella también, ahora que está llena.
Por eso no le quita ojo la Luna Catalina, desde su sofá de tres colores, azul, rosado y amarillo, que poco a poco se va transformando en el edredón de la noche nochera. Porque en su cara de madre grandota se ve que la quiere ayudar, y también porque le encantan las canciones nuevas.
* * *
Dicen que al fin, la Niña de la Trenza larga inventó una canción tan hermosa que no había guitarra capaz de tocarla sin echarse a llorar.
Y aseguran también que la Luna Lunera espolvoreó el mundo con su luz de plata, para que algunas de las cosas y las gentes que rodeaban a la niña aparecieran escarchadas de magia.
"Escarchadas de magia": unas preciosas palabras, me ha encantado. Muchas felicidades por tu aniversario y abrazos para llenar el calendario.
ResponderEliminarGolosa que es una :-p (léase, en este caso, relamerse): me rechiflan las frutas escarchadas.
ResponderEliminarÍdem para ti, Rubén, y mil gracias por estar ahí.
Un abrazo.
Una luna de plata mágica...
ResponderEliminarPRECIOSA ENTRADA.
Otro abrazo, guapa.
Ana María
La luz de la luna siempre tiene algo de mágica y misteriosa, porque ellas es un poquito bruja.
ResponderEliminarGracias, Ana María.
¡Qué romantica es la luna! ¿Verdad?
ResponderEliminarMe encanta verla redondita. A veces, se le puede distinguir los ojos, la boca y hasta la sonrisa...
De nada, Mir.
Ana María