El blog de María Isabel Redondo.
Cita: de estos aires nunca se preocupa uno desde el valle.
Imagen: una niña sentada en un valle. A su espalda está el mar y, más allá, una montaña azul en cuya cima brilla una estrella.

Imagen:La niña se ha puesto de pie, y ahora mira hacia el mar, la cumbre y la estrella.

jueves, 5 de agosto de 2010

Juega el sol con los mástiles

Mirad, el sol ha decidido ponerse a jugar con los mástiles.


martes, 3 de agosto de 2010

Gritaban

Gritaban. Era de noche y querían salir. Ya no aguantaban más en aquel orfanato miserable. Querían ser, y gritaban.

Ella los oyó, haciéndose al principio la idea de que eran parte de su sueño, o de su pesadilla. Miró bajo la almohada, pero allí solo estaba la radio de pilas con sus auriculares. Levantó entonces del todo el edredón. Nada, salvo las sábanas violetas.

Los gritos proseguían, agudos y bajitos.

¿Tendría ratas en el sobrado?

No, las ratas no piden ayuda.

Se levantó temblando. Su rapidez en ponerse la bata y las zapatillas no impidió que se quedara helada. ¡Maldito invierno de la meseta!

Dio la luz. De hecho, fue habitación por habitación encendiendo todas las luces de la casa. No parecía haber nada fuera de lugar.

Sin embargo, los gritos continuaban.

Puso agua a hervir en la vitrocerámica y aprovechó para hacer una visita al cuarto de baño. De camino, subió el termostato de la calefacción.

¿Era el silbido de la pava lo que gritaba ahora?

Por favor, por favor, déjanos salir.

Endulzó con un poco de miel el tazón de infusión relajante y lo llevó al salón sobre un plato de postre. Imposible volver a dormirse, vería un rato la tele…

Pero en el salón, el reloj de pared de la abuela martilleaba con su tictac:

Por favor, por favor, por favor…

Exasperada, trasladó sus bártulos al cuarto del ordenador (nunca se había atrevido a llamarlo despacho, ni siquiera delante de sí misma. Aunque contuviera una mesa y estantes atiborrados de libros).

Encendió el PC, a ver si a aquellas horas de la madrugada estaba alguno conectado al chat.

Por favor, déjanos salir.

Aquello ya era demasiado. «Vale, hijos míos, pero poneos a la cola». Abrió el procesador de textos y, ante la hoja en blanco, comenzó a teclear furiosamente los primeros compases de una historia, dando gracias por aquella dulce esclavitud.


Mir. Burgos, 26 y 27 de julio de 2010,
leyendo
Corazón entre desertos, de Tucho Calvo.