El blog de María Isabel Redondo.
Cita: de estos aires nunca se preocupa uno desde el valle.
Imagen: una niña sentada en un valle. A su espalda está el mar y, más allá, una montaña azul en cuya cima brilla una estrella.

Imagen:La niña se ha puesto de pie, y ahora mira hacia el mar, la cumbre y la estrella.

lunes, 20 de septiembre de 2010

La bella durmiente

Se quedó dormida apoyada en mi hombro. Primero sentí el cosquilleo suave, como de plumas, de su melena color caoba; luego, el peso de su cabeza sobre el hueso que se mueve, como lo llama mi padre. En un momento dado, se le resbaló hasta casi rozar mi seno derecho. Apenas la miré, por discreción, pero tenía que ser muy jovencita para dormirse así, con tanta confianza como desenvoltura, recostada en el hombro de una completa extraña. Trabajo, estudio o juerga la obligaban a caer una y otra vez en la inconsciencia, mientras el autobús continuaba su marcha implacable hacia el norte. Mientras, mi mente mitigaba su mareo y mi corazón su tristeza con la música de Loreena McKennitt. Ya apenas si me quedan sueños, se han roto casi todos como adornos de cristal. Pero quizás dentro de aquella cabecita, no tan liviana como un poeta quisiera hacerla parecer, anidaran ayer algunos, alumbrados de fuego y de inocencia.

domingo, 19 de septiembre de 2010

jueves, 16 de septiembre de 2010

Los Cuentos gamberros, en Chihuahua

Sí, los Cuentos Gamberros saltan el charco. El pasado viernes, 10 de septiembre, nuestra compañera Magaly Castellanos presentó en Chihuahua (México), su patria chica de adopción, nuestro último libro de cuentos. Podéis leer aquí la noticia (y, de paso, ver lo reguapa que está Magaly).



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Asideros

Olvidó su nombre. Desde la foto de su DNI, igual que en el espejo de por las mañanas, le sonreía una señora mayor que no era ella. Habían quitado de la plaza aquella fuente de beber cuya agua sabía a lapicero y la habían sustituido por una de adorno, de esas modernas sin gracia ninguna: solo acero y cemento. Claro que su casa tampoco era su casa, como ocurre en los sueños. No obstante, en las horas de insomnio, el reloj de la iglesia seguía acunándola con sus campanadas de toda la vida. Su colonia continuaba oliendo a lilas. Y los días de lluvia, el paraguas de Andrés, su difunto marido, la amparaba en un manto de seguridad.