El blog de María Isabel Redondo.
Cita: de estos aires nunca se preocupa uno desde el valle.
Imagen: una niña sentada en un valle. A su espalda está el mar y, más allá, una montaña azul en cuya cima brilla una estrella.

Imagen:La niña se ha puesto de pie, y ahora mira hacia el mar, la cumbre y la estrella.

martes, 24 de julio de 2012

En vez de hijos

En vez de hijos
la cigüeña me trajo
un saquito de letras de colores
para formar palabras.

Los grafiteros

Sobre los muros
firman los grafiteros
poemas de amor cromáticos.

una pintada

lunes, 23 de julio de 2012

Un «berenjeno»

Foto: Julia Hidalgo

Epílogo

Publicado en el número 120 de la Revista Digital miNatura: Guerras futuras.

Portada de la Revista Digital miNatura 120
El último niño sobre la faz del planeta cogió su fusil de plástico verde e intentó jugar a la guerra, pero ya no había nadie que hiciera de enemigo.
No volvió a verse el sol, y las nubes lloraron con él lágrimas radiactivas.

domingo, 22 de julio de 2012

Alumbra el nombre

Un encargo


Alumbra el nombre, el nombre de tu alma,
como una vela puesta para mí en la ventana,
uno de los mojones que balizan mi senda
tan rutinaria a veces,
tan nublada y confusa.

Hoy que el Sol dio otra vuelta.
es el mundo más dulce por haberte nacido,
menos hostil, más casa,
más cercano a los sueños sin desdeñar la física,
más mundo, nido, aurora,
más trigal y más cielo.

Y no hay regalo
atado con un lazo y en papel de colores
que te cante mi nana
y te diga cantando lo importante que eres.
Solamente te nombro
y aquí están mis palabras.

Fallo generalizado


            El sistema educativo fracasó con Anita, como con muchos otros. Más tarde, el sistema laboral tampoco le otorgó lo que prometía. A los cuarenta y cinco años le diagnosticaron un cáncer de mama. Pero, habida cuenta de tales antecedentes, confiar en el sistema sanitario era cuando menos una burla.

El alquimista digital


            Desde siempre había soñado con ser mago, pero la suerte quiso que naciera con varios siglos de retraso. Sin embargo, cuando dejaba que sus dedos se deslizaran libremente sobre el teclado del ordenador, las palabras se transformaban en magia.

Camposanto


            Ya no sé dónde está tu sepultura, Tomás de mi alma. Porque en el camposanto, las letras de las inscripciones bailan cuando una intenta leerlas, se ven borrosas y se revuelven entre ellas. Por las noches, las lápidas se cambian de lugar unas con otras, como si estuvieran jugando a las cuatro esquinas. Por cierto que deben de hacer un ruido del demonio, pero nadie confiesa haberlas oído. ¿Dónde, pues, estarán tus viejos huesos? ¿Descansarán en paz como siempre nos aseguraron o jugarán también de tumba en tumba, intercambiándose con los de vaya usté a saber qué otros difuntos? Y tú, ¿estarás en el Cielo o también andarás bailoteando del Paraíso al Infierno con circulación sin parada en el Purgatorio? Le he preguntado a don Anselmo, el cura, y dice que no piense tanto. O a lo mejor no hay nada, como porfía el ateo del Alfredito, y entonces la muerte es como caerse a un pozo sin agua que no tiene fondo. Como apagar la luz. ¿O es que ha llegado el fin del mundo, cuando todo hijo de vecino va a resucitar?
Pero a ver, Tomás, hijo, ¿dónde te pongo yo las flores?. Claro que a lo mejor no importa y esta noche se ponen a correr de acá para allá y se quedan a hacerle compañía al muerto que les dé la gana.
Mira que si voy a empezar yo ahora con el Alzheimer, como la Paca, la de la señá Elvira...  Pero espérate a ver, que por ahí viene la Anastasia, toda nerviosa agitando el ramo de claveles y colorada como un pavo:
—¡Si estaré tonta…! ¡Que no encuentro la tumba del Cipriano!

martes, 17 de julio de 2012

Tercera generación

          A ella se le pusieron los ojos violetas, y él besó cada uno, como besó cada una de sus lágrimas de nostalgia por un lugar en donde nunca había vivido. Fue y le alquiló una casa con blancas galerías de cristal en aquella encrucijada de caminos de lluvia por la que suspiraba su corazón. Y allí la dejó, al cuidado de una monjita de hábito gris que hiciera voto de silencio y servidumbre por un año.
Tras las largas visitas a la catedral de piedra por escaleras interminables, la hermanita trataba de curarle la melancolía con dulces de canela, y por las noches la arropaba bajo el edredón estampado de rosas.
Cuando él regresó al fin, fue para ella como abrir los regalos la mañana de Reyes.
Él sabía. Sabía que muchos rasgos saltan una generación. Sabía que en el diario del abuelo de su esposa estaba escrito: «Llevadme a los Prados Hondos para que pueda llorar».

sábado, 14 de julio de 2012

Una nube embarazada

Una nube embarazada ha rozado mi balcón con su barriga gris.

viernes, 13 de julio de 2012

En la más absoluta indigencia

En la más absoluta indigencia, cualquier cosa que recibimos es un regalo.

miércoles, 11 de julio de 2012

El pavo real

Viene de la foto del pavo real que puse en la entrada El rey del Campo Grande.

pavo real con la cola abierta, ha girado ligeramente

El pavo real
—pechuga azul inconcebible—
ha abierto su abanico
que despliega mi infancia,
tesoros que él guardaba en su imperial custodia
de esferas de esmeralda y lapislázuli.

Me los enseña
—¡Niña yo!—,
me los regala o presta
entre banda sonora y aromática.

Una falda escocesa que, jugando, llenaba de arena.
Una barca de sueños que no fue para mí.
(Más tarde, mi hermano me hablaría de piratas e islas fantásticas).
Ropa de domingo.
Mañanas con abuela y pavos reales.
Tardes con padres o abuelos.
Ancianos endomingados se sientan en los bancos.
Olor a estanque.
Patos, cisnes, barquillos...

Verde, verde, todo verde,
fresco en verano,
huele a saúco.

La fuente que hace daño en la nariz.
Cloro.
«Deja beber al niño».

La pérgola, que nunca vi hasta ser mayor.
Desde su cercanía, me contaron,
oí a Víctor Manuel cantando de los valles y las minas
—míos ya para siempre—
cuando aún me desplazaba en cochecito de bebé.

La cascada, que murió antes que mi niñez primera.

Un rincón de rosales con fuente donde soñar con ser mayor.

La fuente de la fama.
No entendía.

Y más tarde,
crecer.

Amigas.

Exámenes…

Y aquella vez en que todo se heló
bajo la vara mágica de alguna de sus hadas inquilinas,
y me llevaron mis padres entre examen y examen
a ver el mundo y el espacio y el tiempo congelados.

El pavo real,
que hoy ya no es mi enemigo
y me deja acercarme
(respetuosa,
con estupor y temblores,
como se ha de acudir ante el emperador del Japón),
ha desplegado para mí su abanico de gracia
en donde guarda briznas y secretos
del instante más mío y más lejano.

Como la abuela hacía con mis dibujos,
para entregármelos intactos el día que vuelva.

pavo real con la cola recogida, visto a través de una valla

Artículos relacionados: El rey del Campo Grande.