El blog de María Isabel Redondo.
Cita: de estos aires nunca se preocupa uno desde el valle.
Imagen: una niña sentada en un valle. A su espalda está el mar y, más allá, una montaña azul en cuya cima brilla una estrella.

Imagen:La niña se ha puesto de pie, y ahora mira hacia el mar, la cumbre y la estrella.

jueves, 17 de febrero de 2011

Sorpresa

Cuando se fue la luz, bajé al sótano en busca de una vela. Solo entonces descubrí que allí, entre tanto trasto, guardaba una estrella encendida.

vela-estrella

Vallado enésimo

Sin ruido
cual la luna poniente,
me iré un dia
de ese mundo vallado entre cien mundos
que me hizo enrebujarme
en canción sordomuda.

Pues no debo --¡no debo!--
permitir que encarcelen mis alas
(si en algo estimo a los que me las dieron).

Porque el número n,
al que tienden algunas sucesiones
--¡incluso él!--,
tiene un valor finito.

Y si falta en los mapas
de tinta o de pixeles
un rincón para mí,
construiré una cabaña
con los restos de mil naufragios.

Las palabras son ágiles:
vuelan gozosas por sobre los rediles
camino a las estrellas.

Artículos relacionados: Las palabras son ágiles; Vallas.




miércoles, 16 de febrero de 2011

Jazmines y nieve

A Mary-Luz

En tu tierra de las Islas Azules florecen los jazmines. Entretanto, en la mía, el cielo llora por nosotros con lágrimas entrecanas.

jazmín

jueves, 10 de febrero de 2011

Fui un árbol, tuve flores

Fui un árbol, tuve flores
y tal vez algún fruto.
Ahora sueño con volver a mis raíces.
Porque nadie sino yo es mi propia carcelera
y mi propia fiadora.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Brindis

Brindo por la hermosura de los días hermosos,
por la dulzura de los helados perdidos,
por descubrir el mundo del brazo de mi madre,
de la mano de mi padre,
de las palabras de mis hermanos
y de mis primos.
Por la Vida que me dieron, con mayúscula,
mucho más que un mero darme a luz:
darme la luz.
Por los amigos del alma, cercanos o lejanos.
Por los gozos y dolores, orografía del corazón.
Por las letras y notas que entretejen canciones.
Por la respiración que calma
y por las lágrimas que curan.
Brindo contigo, Padre de los astros,
que a cada uno llamas por su nombre
y en tu regazo nos sostienes.

Los idiomas del alma

Escrito por el placer de escribirlo

Ella sabía leer en Braille. Él sabía leer en tinta. Pero, desde hacía algunos años y gracias a la tecnología, ambos compartían los mismos archivos informáticos: Millenium, La elegancia del erizo, La ladrona de libros, La soledad de los números primos, Soy un gato, La insoportable levedad del ser

Vivían en una torre altísima, cerca de las estrellas cuyos hermosos nombres él le enseñaba con paciencia. Rincón acogedor. Un universo ordenado para ella, donde los centímetros eran su brújula, refugio compartido que construyeran a partir de una ruina herencia de sus antepasados.

Le gustaba mirarla mientras trabajaba. Volaban sus manos sobre el teclado en pases mágicos, y las palabras del inglés o el francés se vertían al castellano con la misma facilidad con que cantan los niños. Eso percibía él, por más que ella le asegurara que todo el tiempo tenía que estar consultando diccionarios y referencias.

Obsesionado por la luz, que desde siempre había condicionado en gran medida sus estados emocionales, él fotografiaba y pintaba, tratando de captar la maravilla inaprehensible de la vida. «A veces, el secreto del mundo se oculta en un rayo de sol que da de lleno en un vulgar cubo de agua», aseguraba.

A falta de hijos físicos, concibieron entre los dos un libro. Ella puso las palabras, que no eran prosa ni poesía pero que resultaron capaces de decir mucho más de lo que permitía la simple lógica. Por su parte, él aportó las imágenes, trozos de realidad que sugerían mundos enteros. Una obra digna que, a falta de padrinos, terminó en las estanterías de los amigos del alma, sin reconocimiento universal pero mimada como una princesa.

Nada hubo en su vida de extraordinario, porque lo extraordinario era para ellos el día a día. A la hora de salvar abismos, se afanaban en tender puentes con sus manos, con su cuerpo o con su alma, con cuanto fuese necesario para salvaguardar su nido de intimidad gozosa.

Mas cuando vino el dolor, las lágrimas de ella estimulaban las de él y viceversa. Se retroalimentaban, amplificándose como la luz coherente de un láser. Optaron por la separación para no destruirse.

Y, pese a la distancia, sus mundos permanecieron siempre conectados.

En el pequeño cementerio que baja hasta el mar en ladera de hierba hay, sobre una sencilla tumba gris, una pequeña placa de bronce en la que puede leerse, en código de ciegos y videntes:

Manuel Zúñiga y María Amparo del Val
Donde confluyen los idiomas del alma