Mi amigo Yago construyó una pirámide de Egipto a escala, pequeñita. Vamos, una pirámide para hormigas. Pero, como estaba hecha con terrones de azúcar, las hormigas la tomaron por asalto y se dieron el gran banquete. Todas menos una exploradora, que se perdió en el gran laberinto subterráneo, donde murió de indigestión mientras buscaba en vano la salida. Allí quedó momificada y, como es costumbre enterrar a las momias junto con algún tesoro que se puedan llevar a la otra vida, Yago le hizo uno a base de canicas y papeles de plata de colores.
Aquellas vacaciones levantó en la playa un castillo de arena fina, blanco y majestuoso, en donde caballeros invisibles luchaban a espada para probar su valor. Pero una ola se lo llevó a las profundidades marinas. Quizás ahora lo habiten estrellas y caballitos de mar y sea la casa de muñecas de alguna sirena.
Me gusta, Mir.
ResponderEliminarNo ha quedado mal del todo, ¿no? :-)
ResponderEliminarGracias, Tali.
¡GUAU! ¿Mal del todo? ¡Ha quedado de puta madre, tu pirámide egipcia!
ResponderEliminarMerci beaucoup! Más que mía, la pirámide egipcia es prestada, pues surgió del comentario de un amigo, como sucede con muchos textos.
EliminarUn beso.