Bajar a jugar al río,
a los mares de flores.
Trazar mapas de mundos imposibles
—Campanola, la Playa de los Mil Molinos...—.
Disparar con un arco de amazona
con una cuerda verde
flechas en pos del horizonte.
Comulgar con los nombres de las hierbas
en labios de la abuela
—esos labios que por la noche bisbesean el Padre Nuestro—.
Aprender las palabras de la tierra y del pueblo
que saben a leyenda.
Entre pinos,
la aventura a la vuelta de la esquina,
en donde la ficción supera por fin a la realidad.
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