Hay un día, un momento, en que todo empieza a cambiar, sin que se sepa —como ocurre las más de las veces, cuando podemos identificar a ciencia cierta un acontecimiento, una persona, algo, como vértice del punto de inflexión— qué es lo que ha invertido los potenciales electroquímicos para que todo, lo mismo de siempre, marche mucho mejor. Ni siquiera coincide ese momento con la primera luz del alba, como sin duda encantaría a los poetas, ni con lo más sombrío de la noche; ni aun con ese rayo verde que dicen que se ve en el segundo en que se oculta el sol. Es tan solo un instante cualquiera y sin motivo, el más humilde grano en las arenas del Tiempo, pero un instante, al fin y al cabo, de eternidad. Un carcelero invisible, inadvertido, viene a liberarte, y todo se suaviza y te encuentras con que tu celda vuelve a convertirse en tu propio santuario. Y esto —misterio y maravilla— sucede sin tu control y sin intervención alguna de tu voluntad. No hay mérito que pueda ganarlo, como no sean las inciertas Paciencia y Esperanza, o el poder de tu grito cuando pides ayuda al universo entero porque ya no puedes más. Como las grandes cosas de la vida, puede abarcarse en el hueco de las manos o del corazón y solo cabe disfrutarlo, que es además la mejor manera de agradecerlo. «Retén la dicha como lo harías con un pájaro en la mano» (Jaime Borrás).
Mientras tanto, «en la noche del mundo tan sombría», esperamos los que no hemos sido favorecidos aún, en este valle de la sinusoide, por tal momento de gracia, luchando cuando podemos contra el desánimo y la ley de inercia, auxiliados por la dulzura y el pequeño rescoldo de la esperanza. «Aguardamos la alegre esperanza» (Liturgia de las Horas).
Querida Mir
ResponderEliminarEs muy bello.
La luz de la esperanza siempre brilla en tí y para tí.
Un fuerte abrazo.