Le compraron gran cantidad de ropa nueva: faldas, blusas, chaquetas… y la marcaron toda con un número bordado a punto de cadeneta, como cuando a los once años la mandaron al internado. Pero en este colegio nuevo de ahora no aprendería nada, sino que poco a poco iría olvidando los puntales y las alegrías de su vida pasada. Al final apenas le quedaría alguna canción, mísera y dulce herencia. Alguna rosa del jardín que acaso potenciara su sensación de infancia. La caricia de un chal de lana azul que cobijara su desvalimiento. El sabor de una galleta o un Cola-Cao. Tal vez alguna de las cuidadoras, por entretenerla, le diera en algún rato libre un cacharro de plástico para hacer pompas de jabón, tan frágiles como su mente.
Qué triste y qué bonito, Chabela.
ResponderEliminar¡Gracias, Raquel! Mua.
EliminarOtro abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarte y leer.
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