Tú, doncella guerrera, hermosa y fuerte. Ante tu voz retroceden dragones. Pones en nuestras manos una espada de fuego, forjada de la propia gema de nuestro corazón, para luchar contra la noche sin estrellas y las cencelladas del alma.
Eres capaz de encender fuego con dos ramitas y prender la antorcha que esperaba dormida en nuestro interior. Pero lo haces con dulzura, sin forzar ni juzgar. Como dijo el profeta: «La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará». Ese respeto y cuidado de la planta pequeña recién germinada es el que gana nuestra confianza.
Sabes dar alas y soltar el vuelo. Escuchar y estar ahí, o estar sin estar… Gracias por tu profesionalidad y tu cariño.
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