Oh, Señor del Adviento,
si a las estrellas llamas,
igual que a los corderos,
por sus nombres de plata,
llámame, te lo ruego,
con tu dulce llamada
para que, sin perderme,
siga tu senda blanca.
Que me atraiga tu hoguera
a tu cálida estancia
y se alejen mis pasos
de mi vida extraviada.
Que no tiemblen mis huesos
en la noche sin alba.
Que tu paz y alegría
me iluminen el alma.
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