¿Cuándo arribó la luz a mi puerto,
que no la sentí llegar?
No solicitó los servicios del práctico,
por ahorrarse unos duros.
No llamó a la puerta;
traía su propia llave.
Se asentó en mi corazón
tal como estaba,
sin preocuparle las migas de la alfombra
o los montones de ropa por planchar.
Maestra, me enseñó la maravilla,
el don, que muchos no reconocen:
bendito oficio de hilvanar palabras
para tejer un sueño.
Precioso Mir. Y precioso don el de hilvanar palabras para crear sueños.
ResponderEliminarUn beso.