(Ganador I Certamen de Relato Breve ESMATER 2012)
Un escalofrío, que ni la
calidez del vestido de novia de su abuela pudo mitigar, sacudió a Amaia cuando
Jesús puso en su dedo la alianza: un aro de oro muy sencillo —como ella había
pedido— con un pequeño diamante azul. En la parte interior, diametralmente
opuesta a la fecha y al nombre de su amado, figuraba la palabra Algiordanza, grabada en caracteres
minúsculos.
—Sí: Enrico Algiordanza, el artista italiano que diseñó el anillo —le informaría
más tarde su marido, en la playa tropical donde pasaron la luna de miel.
Al regreso, el hogar conyugal le pareció a ella un sueño. Jesús había
tenido el buen gusto de retirar cualquier objeto que recordara a su difunta primera
esposa. No obstante, según pasaban los días, Amaia se sentía cada vez más como
la protagonista de Rebeca. Le
resultaba imposible sustraerse a aquella sensación de estar siendo observada, a
las corrientes de aire inexplicables que la asaltaban mientras trabajaba en sus
cuadros, a solas en la mansión poblada de ecos.
Después vinieron las pesadillas, que apenas remitían con las infusiones relajantes
que su marido le preparaba. Probaron a mudarse al ático de la ciudad, pero el
entorno no parecía afectar a sus inquietantes sueños.
Un día —llevaban ya ocho meses de casados— buscó, por hacer algo, el
apellido del padre del anillo. El primer resultado devuelto por el Google le
arrancó un grito que hizo temblar todas las cristaleras: «creación de diamantes
a partir de cenizas funerarias de sus seres queridos». Pero tuvo la suficiente
presencia de ánimo para preguntarle a Jesús, cuando volvió del despacho:
—¿De qué murió Alicia?
—De exceso de curiosidad —sonrió él, sardónico, mirando de soslayo los
restos de la tisana de Amaia, más cargada que de costumbre.
Su tercera esposa tendría un par de pendientes de diamantes.
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Muy bueno, Mir. Felicidades!
ResponderEliminarUn beso.
Gracias, Tali. Me alegra que te guste.
EliminarTu beso se me ha posado en el carrillo izquierdo. Mua.