A Rosa María Blanco Sanz
Torre marina.
Rosa en la torre,
Rosa del desierto,
rosa de los vientos.
Vara de hada
cuya punta termina en una estrella.
Luz-semilla de brújula
que arde en el corazón.
En la noche sin luna y sin estrellas
aquel espacio que me aprisionaba
se abre, se va abriendo poco a poco,
como la tierra hendida por la reja.
Será mía.
La poseeré con mi varita mágica,
espada que conquista,
bordón de peregrina de las nubes
con los pies bien plantados en la tierra.
Construyo el aire.
Construyo andamios,
líneas de alambre,
de telaraña,
de nivel y plomada,
de tres en raya
que juego con la vida,
con la Vida.
Alas
serán mis pasos,
canción,
plegaria,
letanía.
No estoy sola,
ya no.
Debo pedir y agradecer,
aceptar en mi cara el viento y la cosecha,
vestirme de alegría y esperanza.
Con tu traje de estrellas riveteado de esperanza te contemplo desde mi atalaya. No estás sola, no. De la mano caminamos por el valle hacia la cima donde las estrellas han construido su nido de algodón y plumas.
ResponderEliminarNo estás sola, no, princesa.
¡¡Gracias!!
EliminarTe mandaré la luz
que lucía en la proa de mi barco de ensueño
para que alumbre en tu mesilla
cual luciérnaga verde,
cual ángel de la guarda de la noche
cuando te acuestes en tu lecho.
Te cubriré con mi edredón de nievla de los valles
salpicado de estrellas de los cielos.
Una nube tendrás por almohada
y en tu frente mi beso