Todos los días, los milagros nos aguardan escondidos detrás de una esquina, aunque sea envueltos en papel de embalar o en tela de saco. Así, hace poco tropecé por puro azar con unas palabras que me recordaron eso de «estar atento al aquí y al ahora»… pero no de una forma teórica, sino sencilla y práctica.
Que mis anclas sean, pues,
los colores del mundo
y cuantos sonidos llegan hasta mí.
Los olores, los sabores, las texturas…
Que al menos ellos me sostengan
cuando no pueda apoyarme en nada más.
Una nave sin ancla va a la deriva.
Las anclas no son cadenas,
sino hilos de luz
que nos atan a la tierra
mientras, como una cometa,
esa parte de nosotros que llamamos espíritu,
y que es nosotros mismos,
puede volar.
Es precioso.
ResponderEliminarCuántas veces desee liberarme de esas anclas!
Pero, ya no.
Un abrazo.
Solo es algo que estoy intentando. Aún son hilos muy finos sujetos con alfileres, como en el encaje de bolillos... contra todas las tormentas.
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