Dejé la huella de mis pasos quedos,
el aura de mi pelo destrenzado
y mi oración de niña sin palabras
que aún no sabe rezar un mal rosario.
Entre las huertas que cuidan los monjes,
en el coro que es nido de los cantos,
apiádate de mí, Madre del alma,
cobíjame también bajo tu manto.
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