Los dragones se duermen con baladas
traídas en naves desde tierras azules,
cantadas como nanas, con sones de arpa celta
en ritmos enea y tridecasílabos.
Y en el Desierto,
el bordón no hace surgir manantiales de la arena caliente.
Pero tejiendo versos,
arelando palabras,
cribando el alalá de las estrellas,
acaso aprenderé
—reaprenderé, si acaso—
un capítulo más
del libro de instrucciones de la Vida.
Más precioso todavía.
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