Sus padres se habían pasado meses barajando nombres de niño. Querían un chico. Esperaban un chico. Así, cuando a Carmela le anunciaron que llevaba una niña, resultó que se habían quedado sin nombres. Se les habían secado las ideas como ciertos riachuelos en verano. No se ponían de acuerdo. Y las sugerencias de las abuelas, las tías abuelas y las primas segundas no hacían sino complicar más aún la situación. De modo que cuando nació la pequeña, decidieron llamarla Sol, un nombre que valía tanto para un niño como para una niña y que calentaba el corazón.
Es un cuento precioso.
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