Se buscó un marido compositor que le pusiera música a sus angustias nocturnas. Se echó un amante poeta capaz de ayudarla a convertir en versos sus emociones más íntimas. Se gastó medio sueldo en clases de canto a fin de aprender a dominar su voz de niña. Ahora canta dos veces por semana en un local del casco antiguo, dando suelta a través de hermosas piezas desgarradas a la tristeza innombrable, a la alegría indescriptible y al desencanto de los caminos perdidos. Fue una buena alternativa al suicidio.
Me ha dado un escalofrío al leer el final.
ResponderEliminarSiempre hay que buscar una alternativa al suicidio.
Me gusta, Mir.
besos.
Gracias, Tali, por leerlo. En realidad es un microrrelato inspirado en una historia un poco más extensa, aunque menos dramática.
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